La tendencia digital actual ha cambiado las actividades cotidianas haciéndolas más rápidas, flexibles e incluso personalizadas. La educación no escapa a esta realidad y más que ser consecuencia de un entorno que demanda tecnología en todos sus procesos, es responsabilidad de los actores de la educación, la inclusión de herramientas tecnológicas y la transformación de los procesos de enseñanza aprendizaje para adaptarlos a la demanda de las nuevas generaciones.

En este sentido, las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) tienen el potencial para mejorar el aprendizaje desde los entornos virtuales, desarrollar nuevas habilidades y competencias tecnológicas, estimular el pensamiento crítico con experiencias en realidad virtual y simulaciones, así como motivar a los estudiantes mediante la interacción constante que requieren tener cuando se trabaja con canales tecnológicos. Sin embargo, a pesar de que las TIC aportan múltiples beneficios al proceso educativo, no ha sido fácil integrarlas al quehacer profesional educativo (Noor ul Amin, 2016), principalmente porque demanda un aprendizaje continuo por parte del docente en la adquisición de competencias digitales y en el desarrollo de entornos educativos virtuales propicios para alcanzar los objetivos de la clase.

En consonancia con lo anterior, supone un reto y un deber para los docentes corresponsables en la construcción del conocimiento, adquirir competencias, habilidades y estrategias digitales que enriquezcan el proceso de enseñanza aprendizaje, estimulando la participación y el protagonismo del estudiante en la edificación de su conocimiento, lo cual es básico para el aprendizaje significativo.